Mi hermano me reprocha que me empeño en conocer los lugares más lejanos y tengo abandonado el lugar donde nací, que sigue siendo el gran desconocido. Tiene razón, el paisaje manchego me suele sorprender en mis intentos de huir de él, al atravesarlo en busca de otras postales para mi retina. En raras ocasiones mis viajes han tenido como destino pequeños paraísos perdidos manchegos. Los viajes han sido huídas de mi tierra, éxodos de mis raíces, sin despedidas.
Al principio, ese contacto accidental entre ambos se producía desde la indiferencia que produce la costumbre, lo habitual. Me era tan familiar que no me detenía a mirarlo, sólo lo veía, a veces ni eso. Me perdía los atardeceres, la luna inmensa, las mil tonalidades del horizonte, el campo en primavera, las hojas en otoño...
Hace un par de años, no más, estoy aprendiendo a apreciar mi paisaje, el que decora mi cotidianidad, mi día a día. Estamos en proceso de reconciliación y él se muestra con todo su esplendor para despertar mi interés, mis mil ojos.
El último regalo fue hace unas semanas desde el tren, realmente fantástico.
Nota para los manchegos escépticos: la fotografía no es gran cosa, al natural era mejor.
Al principio, ese contacto accidental entre ambos se producía desde la indiferencia que produce la costumbre, lo habitual. Me era tan familiar que no me detenía a mirarlo, sólo lo veía, a veces ni eso. Me perdía los atardeceres, la luna inmensa, las mil tonalidades del horizonte, el campo en primavera, las hojas en otoño...
Hace un par de años, no más, estoy aprendiendo a apreciar mi paisaje, el que decora mi cotidianidad, mi día a día. Estamos en proceso de reconciliación y él se muestra con todo su esplendor para despertar mi interés, mis mil ojos.
El último regalo fue hace unas semanas desde el tren, realmente fantástico.
Nota para los manchegos escépticos: la fotografía no es gran cosa, al natural era mejor.
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