miércoles, 28 de enero de 2009

Los tambores de Belem do Pará

Alegres, porque es así el otro mundo que piden y por el que luchan. Con color y tambores, porque así es Brasil. Y todos empapados por la lluvia, porque esto es el Amazonas, la ciudad de Belem, en el estado de Pará, el delta del río más grande del mundo.
En torno a 150.000 personas se manifestaron en la tarde del 27 de enero en que se inauguraba el IX Foro Social Mundial. Con un sonido que inunda el ambiente, los tambores, la batucada brasileña. Son los golpes a base de los cuales avanzan las sociedades, golpe a golpe decía Antonio Machado, es la fuerza de cientos de miles de personas empujando para cambiar el mundo. Los brasileños no avanzan en las manifestaciones andando, sino bailando. Tampoco gritan consignas, golpean los tambores. A estas alturas, ya no hacen falta los slogans en estas manifestaciones, todos sabemos lo que queremos y quiénes son los responsables de todo lo que nos indigna, ahora toca poner en marcha las fuerzas necesarias, los golpes, los tambores, la batucada. Ese sonido ensordecedor es la prueba que necesitan los pueblos para comprobar hasta donde llega su poder. Y en Belem do Pará sólo se oía el ruido de los tambores, el poder de los pueblos que se levantan; todos unidos, monjas junto indígenas, campesinos rurales del brazo de ecologistas urbanos, comunistas con anglicanos.
En España también se tocan los tambores, pero es por instrucciones de la Iglesia Católica cada año cuando muere Jesucristo. En cambio, en Belem do Pará, en Brasil, los tambores resuenan para llamar a otro mundo posible.
Yo quiero un tambor, pero no quiero que sea español, yo lo quiero brasileño.


miércoles, 14 de enero de 2009

Decorado invernal


Mi hermano me reprocha que me empeño en conocer los lugares más lejanos y tengo abandonado el lugar donde nací, que sigue siendo el gran desconocido. Tiene razón, el paisaje manchego me suele sorprender en mis intentos de huir de él, al atravesarlo en busca de otras postales para mi retina. En raras ocasiones mis viajes han tenido como destino pequeños paraísos perdidos manchegos. Los viajes han sido huídas de mi tierra, éxodos de mis raíces, sin despedidas.
Al principio, ese contacto accidental entre ambos se producía desde la indiferencia que produce la costumbre, lo habitual. Me era tan familiar que no me detenía a mirarlo, sólo lo veía, a veces ni eso. Me perdía los atardeceres, la luna inmensa, las mil tonalidades del horizonte, el campo en primavera, las hojas en otoño...
Hace un par de años, no más, estoy aprendiendo a apreciar mi paisaje, el que decora mi cotidianidad, mi día a día. Estamos en proceso de reconciliación y él se muestra con todo su esplendor para despertar mi interés, mis mil ojos.
El último regalo fue hace unas semanas desde el tren, realmente fantástico.

Nota para los manchegos escépticos: la fotografía no es gran cosa, al natural era mejor.