jueves, 16 de octubre de 2008

Esperanzas y utopías

Sobre las virtudes de la esperanza se ha escrito mucho y parloteado mucho más. Así como sucedió y seguirá sucediendo con las utopías, la esperanza ha sido siempre, a lo largo de los tiempos, una especie de paraíso soñado de los escépticos. Y no sólo de los escépticos. Creyentes fervorosos, de los de misa y comunión, de ésos que están convencidos de que llevan sobre sus cabezas la mano compasiva de Dios defendiéndolos de la lluvia y del calor, no se olvidan de rogarle que cumpla en esta vida al menos una pequeña parte de las bienaventuranzas que prometió para la otra. Por eso, quien no está satisfecho con lo que le cupo en la desigual distribución de los bienes del planeta, sobre todo de los materiales, se aferra a la esperanza de que el diablo no siempre esté detrás de la puerta y de que la riqueza le entrará un día, más pronto que tarde, por la ventana. Quien todo lo ha perdido, pero tuvo la suerte de conservar por lo menos la triste vida, considera que le asiste el humanísimo derecho de esperar que el día de mañana no sea tan desgraciado como lo está siendo el día de hoy. Suponiendo, claro, que haya justicia en este mundo. Pues bien, si en estos lugares y en estos tiempos existiera algo que mereciese semejante nombre, no el espejismo habitual con que se suelen engañar los ojos y la mente, sino una realidad que se pudiese tocar con las manos, es evidente que no necesitaríamos andar todos los días con la esperanza en los brazos, meciéndola, o meciéndonos ella a nosotros en los suyos. La simple justicia (no la de los tribunales, sino la de aquel fundamental respeto que debería presidir las relaciones entre los humanos) se encargaría de poner todas las cosas en sus justos lugares. Antes, al pobre que pide al que se le acababa de negar la limosna, se le añadía hipócritamente que “tuviera paciencia”. Pienso que, en la práctica, aconsejarle a alguien que tenga esperanza no es muy diferente de aconsejarle que tenga paciencia. Es bastante común oír decir a los políticos recién instalados que la impaciencia es contra-revolucionaria. Tal vez lo sea, tal vez, pero yo me inclino a pensar que, al contrario, muchas revoluciones se perdieron por demasiada paciencia. Obviamente, no tengo nada personal contra la esperanza, pero prefiero la impaciencia. Ya es hora de que ésta se note en el mundo para que aprendan algo ésos que prefieren que nos alimentemos de esperanzas. O de utopías.




José Saramago.

domingo, 5 de octubre de 2008

Malos y buenos bichos

Hoy leí en algún lugar que alquien se autocalificaba, entre líneas, (la pedantería del necio es así, pedantemente sutil), de "buena persona", por supuesto con modestia y poniendo el calificativo en boca de la tercera persona del plural: ellos, los demás, el resto, todos... Ellos lo dicen, yo lo comparto y lo repito porque es verdad, soy buena persona. Alguien tendría que preguntarle ¿quién lo dijo exactamente?, ¿no serás tú mismo?

A raíz de tan osada autocalificación de uno mismo estuve pensando acerca de las buenas personas. En primer lugar, afirmo rotundamente que existen, claro. Y, sobre todo, las distinguimos a través de la comparación con las "malas personas", que también existen. En algún caso, las considero individuos independientes y diferenciados . Por ejemplo, indudablemente Jorge Bush es una mala persona, con seguridad, y la Madre Teresa de Calcuta era todo lo contrario. Pero no siempre está tan claro el asunto...

Quizá la mayoría de los mortales nos encontremos en la peligrosa cuerda floja, intentando mantener un equilibrio moral y justo que continuas situaciones pretender arrojar al vacío. Quizá no siempre se pueda uno deslizar por el finísimo camino todo lo etéreo y fluído que le gustaría. Quizá es inevitable caer a la red, afortunamente, la hay. Forma parte del aprendizaje hacia el conocimiento, el bien y el mal se distingue durante el espectáculo, nadie nace siento trapecista del Circo del Sol.

Gioconda Belli en su último libro " El Infinito en la Palma de la Mano", invita a la reflexión sobre el conocimento del bien y del mal, la responsabilidad sobre las propias decisiones y la valentía frente a los retos del destino, la incertidumbre frente a lo desconocido y ante los recovecos de lo semiconocido. Muy recomendable si quereis tener una visión diferente de la historia de Adán de Eva en el comienzo de los tiempos.

Así que volviendo al principio, prefiero que las buenas o malas personas sean reconocidas por los demás, no por uno mismo. Demasiado presuntuoso autocalificarse y más, sin haber cumplido los treinta. Puede que las buenas acciones de las que nos sentimos tan orgullosos no sean más que la compensación por los malas del pasado y por las que están por llegar.

Os animo a probar el más difícil todavía...

Por cierto, se acabó la prolongada ausencia.