Todo patas arriba, todo al revés, todo invertido en el espacio, contrario al orden natural del mundo, quién sabe si antagónico también a los seres humanos.
Percibo todo lo que me rodea dado la vuelta, perturbado. Como si formásemos parte de un juego macabro en que, para jugar, hay que hacerlo todo mal. Y si pretendes infringir las normas, ah, lo siento, perdiste. Eso te pasa por antisistema y revolucionario, por loco-cuerdo.
Quizá por eso es bueno darse la vuelta uno mismo de vez en cuando, o todos los días, o cada instante. Situarse cabeza a tierra, los pies apuntando al cielo, y divisar un horizonte en la dirección y sentido auténticamente verdadero; las raíces bien fuertes aferradas a la tierra, el sol arriba, gobernando los días y, la luna, dando sentido a la oscuridad. Ciclos perfectos.
Yo al revés, para disfrutar del orden perdido o renunciado por todos los no-bichos del planeta, empeñados en imponer sus falsas normas, sus mentiras. Yo mirando al mundo como siempre debió permanecer.