El jueves tuve comida en el lugar de trabajo. Escenario: la sala de profesores atestada de compañeros, estaban casi todos, las vacas sagradas, las sustitutas amigas, sardina boa, Julián el de filosofiía, las interinas de "mierda" en las que orgullosamente me incluyo, la lectora irlandesa... en fin, toda la fauna diversa que compone el variopinto claustro del Puerta.
El menú era poco alentador para mí, que últimamente subsisto con mijo, sésamo, quinoa y hamburguesas de tofu. Pero había que darle una oportunidad a la comida de la reserva antropológica manchega, arroz con liebre.
Estaba dispuesta a darle una oportunidad, de verdad, pero no esperaba introducir la cuchara para "investigar" y que apareciese entre el caldo negruzco un riñón o algo así... Por cierto, que bien se come con pan solo y ensalada.
Aparte de la liebre, curioso y divertido el encuentro. Yo aproveché la mínima para escabullirme de las multitudes, que no me gustan nada, y charlar tranquilamente al solecito con Julián, el caballero andante del siglo XIX.
A la noche "El Manjart" me trajo la última sorpresa del día. Flamenkito puro y fusión, dos en uno. La fusión vino de la mano de Curro Cueto, cantaor gaditano, acompañado de un guitarrista camerunés (no recuerdo el nombre, sólo su voz soñadora) y un tal Iñaqui Conejero que me encantó. Era como presenciar un encuentro virtual entre Ismaël Lo, Camarón y Chaouen... Algo así de raro y de bonito. Me quedé sola bailando con la mente entre las melodías que me regalaban por tan poco... bueno, sola pero de la mano de una gran compañía pacificadora.
Curro Cueto, un andaluz en Talavera, un cantaor como la copa de un pino, un artista de los que sólo dan, un superviviente...
Gracias por la saeta desgarradora, olé.